Hace muchos años, en La división del trabajo, Émile
Durkheim comprendió el inmenso valor que los individuos
confieren al hecho de ser capaces de incluirse en una
categoría. En la década de 1970 los hombres tenían un profundo
interés en el trabajo como fuente de honor familiar y comunal,
con total independencia de las satisfacciones que
el empleo les produjera por sí mismo. Esto quiere decir que a los trabajadores lo que les importaba era en la posición social que los ponía su oficio, así mismo los trabajadores veían a las organizaciones. Poniendo en práctica la "ética protestante". Como demostración podemos destacar que en Estados Unidos y Gran Bretaña trabajar para
el gobierno significaba en particular acceder al estatus del
funcionario.
La ética protestante de Max Weber.
El motor temporal que impulsa La ética protestante es
la gratificación diferida en nombre de las metas a largo
plazo. Weber creía que este motor temporal era el secreto
de la jaula de hierro, ya que la gente se encerraba en instituciones
fijas porque esperaba poder permitirse al final
una recompensa futura. La gratificación diferida hace posible
la autodisciplina. Es decir, soportamos todo lo que venga en el trabajo con tal de conseguir la gratificación final que habíamos visualizado.
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